Lugar más importante para visitar en Marrakech
Día de visita: MARRAKECH (VISITA DE LA MEDINA).
Visita a pie por la medina de Marrakech.
Podrán descubrir una ciudad llena de magia y muy peculiar con una gran diversidad de lugares de gran interés. Visitarán lugares como: las tumbas saadianas, Palacio El Badia, Barrio El Mellah, El Dar Si Said, la Medersa Ben Youssef, Museo de Marrakech y Qoubba Almoravide, visita exterior de la Koutubia y sus jardines, Plaza Jemaa El Fna y su gran zoco.
Por la tarde pueden dedicar a recorrer el zoco de Marrakech y sus callejuelas.
Jbel Toubkal, el pico más alto de Marruecos
Desde Marrakech, las montañas del Atlas, con su imponente masa y sus crestas nevadas, parecen un decorado irreal. Sin embargo, basta recorrer 20 km. para iniciar excursiones inolvidables y la grandeza de los paisajes, siempre nuevos, del Atlas. Separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del desierto del Sahara y, de hecho, es uno de los factores que provocan la sequedad de este desierto.
El Atlas es un sistema montañoso que recorre, a lo largo de 2400 km, el noroeste de África, desde Túnez por Argelia y hasta Marruecos. Su pico más alto es el Toubkal, con 4167 m, al sudoeste de Marruecos. Esta magnífica montaña ofrece una gran variedad de aventureros senderos por donde disfrutar de una gran variedad de flora y fauna, donde las comunidades locales viven de la misma manera que sus antepasados, no afectado por el progreso de él mundo exterior.
La excursión hasta el Alto Atlas ofrece uno de los paisajes más espectaculares de todo Marruecos. Palmeras al borde de la carretera, quebradas de piedra caliza que se extienden por kilómetros, colinas llenas de verdor que casi rozan el horizonte, profundos barrancos cortados por ríos de agua dulce. Aquí también se pueden contemplar aves de caza, y en la meseta de Tichka nos podemos relajar en alguno de los muchos hoteles de la zona.
Desde Imlil, una pintoresca aldea de montaña salen las excursiones hacia el Parque Nacional del Toubkal: a la cumbre (4.165 m), punto culminante de toda el África del Norte, o a 3.800 m, donde se extiende la meseta de Tazaghaght, un desierto de piedras tan alto que desde él se dominan las nubes.
La gastronomía marroquí
La gastronomía marroquí es uno de los aspectos del país que mejor le representa ya que, como éste, posee una enorme riqueza y diversidad, debido a la multitud de intercambios culturales producidos a lo largo de su historia. Una de las propiedades más acentuadas es su carácter familiar, elaborándose casi siempre de forma casera y siendo uno de los mejores motivos para sentarse y comentar las vicisitudes del día junto a amigos y familiares.
Constituye el resultado de influencias mediterráneas, orientales y africanas, tratándose así de una cocina única en la que a la sencillez y el refinamiento en su elaboración se le une la combinación de los sabores salados y dulces y un uso intensivo de las especias y condimentos.
Se prepara con materias primas de excelente calidad, siendo el aromático cilantro uno de sus principales ingredientes. El plato nacional, conocido más allá de las fronteras del país, es el cuscús, que consiste en un guiso de carne con distintas verduras, que acompañan a una sémola de trigo suave y deliciosa. Se sirve en un gran plato del que comen varias personas, al estilo tradicional.
Otra de las especialidades es el Tajin. Aunque su preparación varía en las distintas regiones del país, consiste en un estofado de carne que unas veces se acompaña de hortalizas y otras de fruta. Las recetas más sofisticadas son la del Tajin de pollo con limón confitado y olivas; el Tajin de vaca con ciruelas pasas y sésamo, y otros más atrevidos, de sabor agridulce, con almendra, miel y canela.
La repostería bereber, inspirada en antiguas recetas orientales e hispano-musulmanas, también es digna de mención. Sus ingredientes básicos son miel, almendras, pistachos, nueces, coco o sésamo, aromatizados con agua de azahar o de rosas.
Antes de terminar con la gastronomía no nos podíamos olvidar del té. En la cultura bereber tiene mucha importancia. De hecho, en toda la zona del Magreb el servir y beber té constituye un auténtico ritual social.
La exuberante magia de Marrakech
Este recorrido desde la plaza Djemaa El Fna se adentra por los monumentos y zocos más importantes de esta antigua ciudad imperial que atrae a miles de visitantes cada año.
A primera vista Marrakech consigue mimetizarse con las arenas del desierto gracias al ocre rojizo de sus edificios y murallas. Sin embargo, pronto surgen los matices, ya que la ciudad se levanta ante un grandioso oasis de palmeras, una mancha verde en medio de la aridez, y se enmarca entre las elevadas cumbres del Atlas, que asoma sus picos nevados por las calles de la ciudad. Marrakech fue fundada en 1062 como asentamiento almorávide y transformada en ciudad imperial de los almohades quienes la hicieron su capital, embelleciéndola en 1157 con la mezquita de la Kutubia, uno de los monumentos más bellos del Magreb.
Antes de visitar esta joya artística, conviene descubrir el alma de la ciudad: la plaza Djemaa el Fna. “Mejor que Arzak y que los hermanos Roca, ven, ven a probar…”. Un joven vendedor adivinó mi origen y así pretendía atraerme hacia uno de los puestos de comida que a la caída del sol se instalan en Djemaa el Fna.
Una plaza con vida propia
Corazón palpitante de la ciudad, esta plaza detenida en el tiempo tiene dos caras. Desde la salida hasta la puesta del sol es el escenario que comparten todo tipo de artistas y buscavidas. Las primeras en tomar lugar son las mujeres que tatúan con alheña o henna, a las que les siguen encantadores de serpientes, saltimbanquis, tragasables, aguadores, sacamuelas, quiromantes… Al caer la tarde, el humo de los fogones y el olor a especias anuncian la llegada de los puestos de comida a Djemaa el Fna, donde familias enteras y turistas comparten mesa y conversación.
La hora de la cena suele estar amenizada por los tambores de los músicos gnauas, miembros de cofradías místicas musulmanas de origen subsahariano. El crepúsculo es también el momento de los cuentacuentos, que llegan del desierto con sus historias transmitidas oralmente de generación en generación, y a los que los marrakechíes escuchan fascinados. Lo más deslumbrante es que todo este espectáculo es auténtico, no una función para turistas, y viene representándose a diario desde hace siglos, lo que ha llevado a la Unesco a declarar esta plaza Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Además del alma y corazón de la ciudad, Djemaa el Fna es la puerta de entrada a la medina marrakechí, un mundo de zocos y artesanos en el interior de un laberinto urbano indescifrable, delimitado por las murallas de la ciudad. Una docena de gremios se apiñan en la medina. Aun con el mapa en la mano, es casi imposible no perderse en algún momento. Pero ese es justamente su encanto, dejarse llevar por los aromas y colores de los tintes naturales para aparecer en el zoco de los tintoreros (Sebbaghine); seguir el martilleo sobre piezas de metal para salir al zoco de los artesanos del cobre y el latón (Attarine); dejarse seducir por los destellos del oro y la plata en el zoco Siyyaghin; o escuchar las suaves notas musicales para ver el trabajo de los lutieres en el zoco Kimakhine.
Uno de los ritos obligados en la visita a Marrakech consiste en subir a una calesa al atardecer para llegar hasta La Menara, un parque erigido en el siglo XII para disfrute de los sultanes, convertido hoy en un apacible jardín que, en días despejados, ofrece vistas de los picos nevados del Alto Atlas. Un gran estanque de agua con un elegante pabellón y la sombra de los olivos refrescan las brisas y alivian el verano marroquí.
De regreso al centro topamos con las murallas que envuelven el núcleo antiguo. A través de una de sus puertas más bellas, Bab Agnau, se accede a las Tumbas Saadíes, un conjunto de mausoleos reales descubiertos en 1917. Un jardín repleto de rosas que recrea el paraíso de Alá se convierte en el eje de dos pabellones en los que se sitúan los monumentos funerarios decorados con un gusto exquisito. A poca distancia de allí, atravesando las callejuelas del barrio judío, se levanta el Palacio Bahía. Conserva más de 150 estancias bellamente engalanadas con mármol de Meknés, madera de cedro del Atlas y azulejos del Rif, y un patio suntuoso rodeado por una galería de columnas.
Hacia el núcleo antiguo
Callejeando sin rumbo por la medina se llega seguro a la mezquita de la Kutubia, orientados por su esbelto minarete que inspiraría el de la Giralda de Sevilla y es visible desde muchos lugares, gracias a una antigua ordenanza todavía en vigor, que prohíbe que los demás edificios del casco antiguo superen en altura a las palmeras. La Kutubia es la herencia más brillante del periodo almohade y un bello rincón, ya que los jardines que la rodean, con naranjos y estanques, son ideales para tomarse un respiro del bullicio de Djemaa el Fna y del trasiego de los zocos.
Antes de abandonar el núcleo antiguo de Marrakech también valdrá la pena visitar el Museo Dar Si Saïd, con estancias lujosamente decoradas donde se exponen artesanías del sur de Marruecos, y especialmente la madrasa de Ben Youssef, una escuela coránica fundada en el siglo XIV, que ha sido restaurada y hoy luce sus suelos de mármol, sus azulejos zellij, estucos de yeso y magníficos trabajos en madera.
Si Marrakech es una puerta natural para acceder al desierto y a las montañas marroquíes, la ciudad de Uarzazat es el preludio de las dunas y los fértiles oasis que salpican el desierto del Sáhara. Hasta ella se accede en unas tres horas en coche o en todoterreno desde Marrakech, no sin antes detenerse en una de las joyas de la zona, la kasbah de Aït Benhaddú, una fortaleza de adobe inmortalizada en películas como Lawrence de Arabia o Indiana Jones. Uarzazat también tiene su propia kasbah, Taourirt, que ha sido restaurada para recuperar sus torres almenadas y lujoso interior.
Fuente: nationalgeographic.com / Foto: Sarah Loetscher
El Atlas marroquí
El Atlas es un sistema montañoso que recorre, a lo largo de 2400 km, el noroeste de África, desde Túnez por Argelia y hasta Marruecos. Su pico más alto es el Toubkal, con 4167 m, al sudoeste de Marruecos. La población del Atlas es mayoritariamente bereber en Marruecos y en Argelia.
El Atlas separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del desierto del Sahara y, de hecho, es uno de los factores que provocan la sequedad de este desierto. El Atlas se divide en tres macizos principales, que a su vez se subdividen en varias cordilleras:
- El Atlas marroquí (Marruecos):
- El Atlas Medio (3356 m)
- El Alto Atlas (4167 m)
- El Pequeño Atlas o Anti-Atlas (3305 m)
Desde Marrakech, las montañas del Atlas, con su imponente masa y sus crestas nevadas, parecen un decorado irreal. Sin embargo, basta recorrer 20 km. para iniciar excursiones inolvidables y la grandeza de los paisajes, siempre nuevos, del Atlas. Saliendo por el sudeste de Marrakech se atraviesan acogedores pueblecitos bereberes: Aghmat, Dar Caïd Ouriki. Luego sigue una carretera flanqueada por jardines escalonados en terrazas, a lo largo del “oued” de Ourika, hasta Arhbalou, el mejor sitio para elegir lo que se quiere ver entre tanta variedad.
La excursión hasta el Alto Atlas ofrece uno de los paisajes más espectaculares de todo Marruecos. Palmeras al borde de la carretera, quebradas de piedra caliza que se extienden por kilómetros, colinas llenas de verdor que casi rozan el horizonte, profundos barrancos cortados por ríos de agua dulce. Aquí también se pueden contemplar aves de caza, y en la meseta de Tichka nos podemos relajar en alguno de los muchos hoteles de la zona.
Quizás girar a la derecha hacia el Oukaimeden (2.600 metros de altura), la célebre estación de deportes de invierno, a tan sólo 74 kilómetros de Marrakech. O bien, admirar Setti Fatma y sus centenarios nogales, y bañarse en las aguas revitalizantes de sus siete cascadas. O seguir hasta Annameure, pueblo de la tribu de los Aït Oucheg, para alquilar allí unos mulos y trepar hasta Djebel Yagour, santuario de la prehistoria marroquí que se enorgullece de sus 2.000 pinturas ruprestes.
Hacia el sur, a 47 kms. de Marrakech, por la carretera de Taroudannt, en el típico pueblecito de Asni se practica el trueque de mercancías los sábados, día del zoco. Siguiendo hacia Ouirgane, los paisajes nos recuerdan a los cañones norteamericanos. Impresionantes gargantas nos conducen hasta Imlil, pintoresca aldea de montaña. Desde aquí salen las excursiones hacia el Parque Nacional del Toubkal: a la cumbre (4.165 m), punto culminante de toda el África del Norte, o a 3.800 m, donde se extiende la meseta de Tazaghaght, un desierto de piedras tan alto que desde él se dominan las nubes.
Al este de Marrakech se encuentran las cascadas de Ouzoud, donde el agua cae desde más de 100 m de altura. El “oued” Méhasseur, sobre el que pasa el puente natural de Imi-n-Ifri, “puerta del precipicio” en bereber, que cae en cascadas entre enormes rocas, para terminar en el lago de la presa del Aït-Aadel, en un paisaje de colinas rojas descarnadas.
La zona más pequeña, el Anti Atlas, ha ido ganando popularidad en los últimos años. Aunque está un poco fuera de los caminos, ofrece en realidad lugares fantásticos, con excelentes sitios para practicar la escalada y rincones llenos de paz y tranquilidad. El color rosa de las paredes del monte Tata se complementa con las hermosas aguas que corren desde la sierra, un lugar perfecto para relajarnos lejos del ajetreo y el bullicio de la ciudad.
Fuente: turismomarruecos.net
Desierto del Sáhara Marruecos
Detrás de las altas montañas del Atlas se esconde un misterioso paisaje, surrealista y hermoso, estamos en el corazón de Marruecos, justo donde nace el desierto del Sáhara.
Es una sensación de retroceder en el tiempo y olvidarse de la existencia del mundo, un mundo de fortificaciones, de pequeñas casas, castillos bereberes como el de las Kasbahs, y fuertes abandonados por las legiones extranjeras. Estos fueron una vez parte de las rutas de camello entre Marrakech y las grandes capitales de comercio de Sáhara.
El viaje aquí es una bella experiencia. El camino de Marrakech va hasta la cima misma de los bosques de Atlas en una altitud de 2200 metros, en el área conocida como Col de Tichka. Entonces llegan las caídas espectaculares hacia los alrededores hermosos de Ouarzazate.
Observar la inmensidad del desierto marroquí, es una experiencia única que puedes hacer realidad en tu viaje a Marruecos. Son muchas las excursiones que te ofrecen la posibilidad de visitar el desierto e incluso dormir una noche en una haima.
Los mejores tramos de desierto y en los que se pueden realizan excursiones son Zagora, y las dunas de Erg Chebbi o las dunas de Tindouf. Estas últimas están situadas a unos 5 kilometros al sur de Tamegroute y constituyen una buena elección si se quiere tener un primer contacto con el desierto marroquí.
Merzouga
El Desierto de Merzouga es la parte más impresionante del Desierto de Marruecos y es la que uno puede imaginarse al pensar en un desierto. Si bien las dunas de países como Argelia y Libia están mejor consideradas, las dunas de Erg Chebbi, al sur de Merzouga, alcanzan los 150 metros de altura y no tienen nada que envidiarlas.
Zagora
El Desierto de Zagora es más árido y con menos dunas que Merzouga. La ventaja principal de Zagora es que se encuentra más cerca de Marrakech, por lo que es el lugar más apropiado para realizar excursiones cortas, de 2 días y una noche.
Essaouira, la perla del Atlántico
Essaouira es una ciudad de la costa atlántica marroquí batida por los vientos alisios y con una población de unos 80.000 habitantes. Este lugar es un bello pueblo costero con una rica historia que se ha convertido en uno de los lugares más bonitos y fascinantes de toda la costa atlántica del país.
Debido a la gran afluencia de turistas principalmente franceses la ciudad se ha convertido en un centro de veraneo cosmopolita y uno de los principales destinos turísticos de la zona. Esto hace que sobre todo durante el verano que es la época de más afluencia, pasear por su bella medina sea algo agobiante.
Uno de los puntos que llama más la atención de esta ciudad es su trazado europeo en forma de cuadricula y sus zonas urbanas rodeadas de antiguos bastiones proyectado a finales del siglo XVIII.
Pese a que como hemos dicho se está convirtiendo en una ciudad muy turística los que prefieran una localidad alejada de la tensión del regateo y a los empujones propios de las grandes urbes, en su viaje por Marruecos se decantarán por Essaouira.
El turismo aquí está en plena expansión por ser un lugar balneario excepcional y por su reserva natural en la isla Mogador, por su Medina hoy en día declarada por la UNESCO patrimonio de la humanidad.
Situada a los pies del Gran Atlas, Essaouira se levanta sobre una cercana isla rocosa, cara al océano y rodeada de colinas, de bosques y de dunas de fina arena, Essaouira goza de un microclima excepcional que favorece los cultivos del cereal, al igual que el pastoreo caprino y una producción forestal que es la base de su economía.
Su artesanía es rica y variada, testigo del intercambio cultural. Además los “souiri” como se les conoce por aquí, son maestros en orfebrería, marquetería y ebanistería, sobretodo de la madera de “thuya”. Además de otros tesoros como el aceite de Argan. La pesca es un sector de actividad importante gracias a su puerto pesquero, el corazón de Essaouira se encuentra en sus artesanales astilleros, únicos en el mundo.
Desde finales del siglo XX, la curiosa llegada de aventureros y artistas como Frank Zappa o Jimi Hendrix le ha devuelto un cierto renombre a la ciudad.
Qué ver en Essaouira
Esta preciosa ciudad que parece haberse perdido en el tiempo, es especialmente tranquila y agradable además la suavidad de su clima y sus magníficas playas de arena rubia, hacen de este destino una visita obligada si estamos haciendo una ruta por el sur de Marruecos.
En Essaouira hay varios lugares de interés que debemos visitar, como por ejemplo su preciosa Medina que está formada por anchas calles llenas de galerías que dan paso a numerosos talleres de artesanos, pequeñas tiendas de todo tipo, cafeterías y restaurantes. Desde el momento en que entren por una de sus tres puertas monumentales, Bab Sbâa, Bab Marrakech y Bab Doukhala, se encontrarán en medio de un alegre bullicio, donde cada uno se dirige a sus ocupaciones. Aquí no hay vehículos motorizados: todo es transportado en carretas tiradas aun por mulas. Lo que impresiona inmediatamente al visitante es la blancura de las paredes de las casas y el azul de las ventanas y puertas, que recuerdan un poco a las islas del Mediterráneo. Con nuestras rutas de un día podrás recorrer una de las medinas costeras más bonitas de Marruecos, bordeada de una gran muralla de roca con almenas y cañones, garitas y torreones. Esta muralla esconde callejones plagados de comercios de todo tipo. Almuerzo libre, les recomendamos que lo hagan en los chiringuitos típicos de pescado fresco. Después, podrán acercarse a la zona del puerto. Grandes barcos de pesca, barquitas azules para pesca de bajura, pescadores arreglando redes, bollas y otros útiles de pesca y la lonja.
El clima en Marruecos
Marruecos cuenta con un paisaje de una espectacular variedad, combinando desierto, mar y nieve con inusitada facilidad. La costa sur se extiende hasta los límites del Sáhara Occidental, mientras que en el norte, la mayor parte de la población habita las faldas de las montañas del Atlas, a menudo cubiertas de nieve. Los montes representan una buena protección contra su vecino oriental, Argelia.
Entre las montañas y la costa atlántica aparecen altiplanos y llanuras fértiles bien irrigadas. En el extremo sur, en el límite del Antiatlas, los desfiladeros, como los ríos que fluyen en sus bases, se van secando gradualmente a medida que se adentran en la interminable arena y los paisajes pedregosos del inmenso Sáhara.
Marruecos es el más frío de los países cálidos. Especialmente en las regiones más elevadas, el invierno pueden resultar realmente glacial. En verano, en las montañas hace calor durante el día y frío por la noche. A lo largo de la estación pluvial, entre noviembre y abril, sólo llueve de manera ocasional.
Este es el clima del país por zonas
- El litoral Atlántico goza de una inviernos suaves y templados , los veranos son cálidos. Muy ventoso durante todo el año y el agua relativamente fría. Tenga cuidado también con las corrientes oceánicas.
- La parte norte del país tiene un clima mediterráneo. Puede hacer mucho calor en las ciudades costeras en el comienzo de la primavera, el clima en el Rif es mucho más fresco. Chefchaouen sufre un invierno duro y es frecuente encontrarse con una espesa niebla en los caminos de montaña hasta muy entrada la primavera.
- En el centro del país, el clima es agradable durante los inviernos, los veranos son particularmente duros y áridos. El pico más alto, Jebel Toubkal, el punto más alto en el norte de África, se encuentra a 4167 m. Así, no es raro que las nevadas superiores a 1 m en algunas aldeas del Atlas. Además, en esta región, las noches son frescas.
- Más al sur, el clima es desértico.
En todas las regiones de Marruecos, las diferencias de temperatura pueden ser importantes en el mismo día. A lo largo de la costa atlántica de Marruecos, mayo-agosto, una espesa niebla a menudo lo invade todo por la mañana, dispersandose sobre las 13h o 14h. Se trata de un fenómeno meteorológico llamado “cielo blanco”. La insolación media anual es de 8 horas al día en Agadir, Fez, Marrakech, Ouarzazate y la temperatura media en estas ciudades supera los 17 ° C. El Chergui (viento seco y caliente que sopla desde el este) a veces viene desde el desierto, y empuja el mercurio unos cuantos grados. La primavera es la mejor época para visitar el país. Los árboles están en flor. El otoño puede ser una buena estación para visitar las ciudades imperiales. Para visitar las regiones del sur del Alto Atlas, es preferible hacerlo en el periodo de octubre a mayo, ya que en verano, la temperatura es de alrededor de 45 ° C.
Fuente. turismomarruecos.net
Bereberes de África del Norte Marruecos
A diferencia de otras regiones norteafricanas, Marruecos ha estado habitado desde tiempos inmemoriales. Los bereberes, o imasighen (“hombres de la tierra”), se instalaron hace miles de años y llegaron a controlar todo el territorio comprendido entre Marruecos y Egipto. Divididos en clanes y tribus, siempre han guardado celosamente su independencia y precisamente esta característica les ha ayudado a conservar una de las culturas más fascinantes del continente.
Los primeros bereberes se mantuvieron impertérritos ante las invasiones de los colonos fenicios, e incluso los romanos no consiguieron alterar su modo de vida tras el saqueo de Cartago en el año 146 a.C. Éstos trajeron consigo un largo período de paz durante el cual se fundaron muchas ciudades, y los nativos de las llanuras litorales se convirtieron en sus residentes. El cristianismo hizo su aparición en el siglo III y, una vez más, los bereberes afirmaron su tradicional oposición al poder centralizado convirtiéndose en seguidores de Donato (un líder sectario cristiano que alegaba que sólo los donatistas constituían la verdadera Iglesia).
El Islam irrumpió en la escena mundial en el siglo VII, cuando los ejércitos árabes cruzaron su frontera. Conquistaron rápidamente Egipto y llegaron a controlar todo el norte de África hacia principios del siglo VIII. Tras esta invasión surgieron los almorávides, que ocuparon Marruecos y la Andalucía musulmana; fundaron Marrakech, a la que designaron como su capital, pero pronto fueron reemplazados por los almohades.
Bajo estos nuevos gobernantes se estableció un cuerpo profesional de funcionarios y las ciudades de Fez, Marrakech, Tlemcen y Rabat alcanzaron el cenit de su esplendor cultural; pero, finalmente, debilitado por sus derrotas en España ante los cristianos, el gobierno musulmán empezó a flaquear. En su lugar vinieron los meronitas de las tierras del interior marroquí y la zona volvió a resurgir hasta que la culminación de la reconquista cristiana en España en 1492 desató las revueltas que borrarían a la nueva dinastía en menos de cien años.
Después de la instauración y caída de varias dinastías de corta duración, en la década de 1630 la dinastía alauita impuso un dominio completo que sigue firme en la actualidad. Con su pragmatismo y a pesar de las dificultades, ha conseguido mantener a lo largo de más de trescientos años la independencia de Marruecos.
A finales del siglo XIX se introdujeron los comerciantes europeos, y con ellos una larga etapa de renovaciones coloniales. Surgió entonces el interés de Francia, España y Alemania por invadirlo debido a su situación estratégica y a su riqueza en recursos comerciales. Los franceses vencieron y ocuparon prácticamente el país entero en 1912; España mantuvo un pequeño protectorado costero y Tánger fue declarado territorio internacional.
El mariscal francés Lyautey respetó la cultura árabe. En lugar de destruir las ciudades marroquíes existentes construyó nuevas urbes en sus proximidades. Convirtió Rabat en la capital y potenció el puerto de Casablanca. El sultán permaneció, pero apenas como una figura simbólica. Los sucesores de Lyautey no fueron tan sensibles: sus esfuerzos por acelerar el dominio francés llevaron a las gentes de las montañas del Rif, encabezadas por el erudito bereber Abd el-Krim, a levantarse contra las fuerzas de ocupación. Únicamente la unión de los 25.000 soldados hispanofranceses pudo forzar finalmente a Abd el-Krim a rendirse en 1926. Hacia la década de 1930 más de doscientos mil franceses habían formado su hogar en Marruecos. Durante la Segunda Guerra Mundial las fuerzas aliadas utilizaron el país como base desde la cual expulsar a los alemanes del norte de África.
Una vez finalizada la guerra, el sultán Mohammed V creó un partido independentista que finalmente aseguró la independencia marroquí en 1956.
Mohammed V se autoproclamó rey en 1957 y fue sucedido cinco años más tarde por su hijo, Hassan II. Este popular líder consolidó su carisma entre los marroquíes organizando la Marcha Verde al Sáhara Occidental, antiguamente ocupado por España. Con una fuerza de 350.000 voluntarios, los seguidores de Hassan doblegaron a los saharauis para reclamar la zona, muy rica en minerales, como propia.
Los aproximadamente cien mil habitantes del Sáhara no aceptaron la invasión y reclamaron su independencia. El Frente Popular del Sáhara Occidental para la Liberación de Saguia al-Hamra y Río de Oro (Polisario) inició una guerra de independencia. En 1991, las Naciones Unidas intervinieron en un acuerdo de alto al fuego y más recientemente han decidido mantenerse en la zona. Mientras que la población marroquí en general aplaudió la invasión del sur, ésta contrarió tanto a los vecinos argelinos como a los propios saharauis occidentales. Desde entonces, las relaciones de Marruecos con Argelia son muy precarias.
En julio de 1999 el rey Hassan II, que había reinado como monarca absoluto (a pesar de algunos cambios semidemocráticos, en la constitución) durante 38 años, fue sucedido a su muerte en el trono por su hijo, el rey Mohammed VI, quien prometió eliminar la corrupción del gobierno, facilitar la libertad de prensa e institucionalizar una reforma democrática tan pronto como sea posible. Las tan anheladas reformas democráticas chocan contra un muro en este país todavía anclado en sus raíces feudales, pero parece que el joven monarca tiene intención de darle una buena oportunidad a la nación.
Viajes al desierto de Zagora desde Marrakech
Es una tranquila ciudad de unos 30.000 habitantes que se sitúa junto al Draa. Ciudad apodada como la “Puerta del Desierto” cuya actividad gira entorno a una calle principal, ya que nunca ha estado tan poblada como para tener otro tipo de estructura urbana. Se encuentra al sur este de Marruecos, a unas pocas decenas de kilómetros al oeste de la frontera con Argelia. Esta ciudad es un buen lugar para todos aquellos que quieran continuar su viaje por tierras del sur o bien los que quieran disfrutar del desierto de Erg Chegagagracias a su cercanía con Marrakech. La ciudad está en la región de Souss Massa Draa, cerca de 360 km al sureste de Marrakech.
¿Sueñas con tranquilidad, sol y con desconectar de todo? ¡Bienvenido a Zagora! Aquí encontrarás la paz más absoluta, un cambio de paisajes y de cultura. Zagora tiene la fama de ser la ciudad más calurosa de todo Marruecos, su vegetación se ve relegada a tan solo algunas pequeñas zonas verdes y algunas palmeras aisladas.
Si no aguanta bien el calor, evite venir los meses de agosto puesto que la temperatura media son 45°. Los vientos calientes y secos del Sahara, como el Chergui, empujan el termómetro hasta lo más alto. Es mejor elegir entre octubre y febrero para visitar Zagora y para disfrutar de un clima más templado.
Zagora es una parada en la ruta de las caravanas. Se encuentra en la puerta del desierto del Sáhara, un lugar de reflexión y de merecido descanso. Se sorprenderá por la amabilidad de la gente, deslumbrada por la arquitectura tradicional, su exquisita cocina con sabores de especias y por la variedad de paisajes como los palmerales y las dunas que allí se encuentran.
La ciudad de Zagora tal y como la conocemos hoy se fundó en época colonial francesa como centro administrativo de la región, junto al Ksar de Amezrou, en los años 30 del siglo XX (toma su nombre del monte bajo el que se asienta), siendo construida junto a las ruinas de una antigua fortaleza de la época almorávide (del que se pueden observar aún restos de sus murallas en la ladera del Jbel Zagora, y en peligro por la construcción de un hotel que, de momento, se encuentra paralizado). Todo el valle del Draa ha estado poblado históricamente (la dinastía Saadí es originaria de la región), ya que era un punto clave dentro de las rutas caravaneras que atravesaban el Sáhara bajando sal y subiendo esclavos. El casco antiguo de la ciudady el barrio judío son de arquitectura tradicional, pero el resto es enteramente de hormigón, y está creciendo a enorme velocidad en dirección al norte debido a la proliferación del turismo. Es una zona rural que recientemente ha descubierto el potencial turístico. Es desde aquí donde se organizan a diario todo tipo de excursiones y rutas a las dunas de Tinfou así como largas rutas de meses con destino Tumbuctú. Siendo esta una ruta histórica la cual nos recuerda el cartel de la entrada de la ciudad que dice “Tumbuctú 52 días” (de camello se entiende).
Qué ver en Zagora
En la biblioteca de Tamegroute, 20 kilómetros al sur de Zagora, se ubica en un famoso Ksar que alberga manuscritos antiguos religiosos, algunos que datan del siglo XIII, escritos realizados sobre piel de gacela, que se conservan en perfecto estado. También es interesante una visita a los hornos de alfarería. Visite también los ksars de los alrededores que son magníficos pueblos fortificados. Por supuesto, una puesta de sol en las dunas y es un espectáculo absolutamente impresionante.
Las dunas den Tinfou situadas un poco más al sur y junto las de M´hamid y Merzouga son la imagen más idilica del desierto. Otros de los lugares interesantes en sus alrededores e la pequeña localidad de Amazrau(Situada a tan solo 1,5 km).
Por las mañanas zagoratiene una gran animación de caravanas de todoterrenos preparándose para realizar la antigua pista del París Dakar que comunica Zagora con Merzouga. También puede verse por la zona nómadas y Tuareg.
Marrakech: La Perla del Sur
Marrakech es una de las ciudades más importantes de Marruecos y la tercera del país en población, luego de Casablanca y Rabat, con alrededor de un millón de habitantes.
Durante su larga historia de casi mil años fue en dos ocasiones capital del país; es por ello una de las cuatro "ciudades imperiales" de Marruecos (junto a Fes, Meknes y Rabat, la actual capital) y ostenta el orgullo de haber dado su nombre al país. Aunque las fuentes históricas no se ponen de acuerdo en ello, Marrakech significaría "tierra de dios" o "tierra santa", aunque otros sostienen que proviene de la expresión masmouda marrakouch, "vete rápido", haciendo referencia a que en sus orígenes era un lugar de temer.
Ubicada al pie de las montañas del Atlas, se la conoce como la Perla del Sur o también la Puerta del Sur. Los paisajes en los alrededores de Marrakech son de gran belleza y, por ello, motivo de numerosas excursiones, en especial al Djebel Toubkal, el pico más alto de Marruecos con 4167m.
La ciudad está constituida por la medina, que es el centro histórico de Marrakech, la Ciudad Nueva o Gueliz, creado en tiempos del protectorado Ali Ben Yousseffrancés y llamado también Barrio Europeo, que constituye el centro comercial y financiero de la ciudad, la zona de Hivernage, esencialmente con hotelería de alto nivel, y por último, zonas residenciales que se extienden al sur y al oeste.
Historia de Marrakech
La extensa historia de Marrakech, una ciudad con casi mil años de historia, tuvo épocas de esplendor y otras de gran abandono. Las sucesivas dinastías gobernantes establecieron la capital de su reino en distintas ciudades y así fueron a su tiempo Marrakech, Fes, Meknes y Rabat las capitales del reino, las llamadas "ciudades imperiales" en detrimento de las antiguas capitales.
Marrakech no es hoy la capital de Marruecos, pero conserva el orgullo de haber sido la primera ciudad imperial y la que dio nombre al país. Esta es una reseña de la convulsionada historia de la "Perla del Sur" o la "Ciudad Ocre", como han dado en llamar a Marrakech.
Los almorávides y la fundación de Marrakech
Esta fuente increiblemente conservada, la Cúpula almorávide es todo lo que queda de la dinastía fundadora de la ciudad |
Los almorávides eran un pueblo berber, constituido por la agrupación de 70 tribus que habitaban la Mauritania desde tiempos inmemoriales y cuyas creencias religiosas se basaron inicialmente en la magia y la brujería. Hacia el año 1035, uno de los jefes almorávides convocó a Abdallah Ibn Yassine para introducir el Islam en las tribus.
Unso años después, Abdallah Ibn Yassine fundó un monasterio-fortaleza a orillas del río San Luis, en Senegal, desde donde predicó el Islam más estricto y formó, con los berberes ya convertidos, un ejército de monjes guerreros consagrados a la Jihad, la guerra santa para convertir a los no creyentes.
Con esa meta, aunque también atraidos por el oro de Guinea, avanzaron hacia el sur del Magreb, sometiendo a las tribus berberes del valle del Draa. Ibn Yassine murió en combate y fue sucedido por Abu Baker.
Abu Baker y Youssef Ben Tachfine, su primo, llegaron en 1070 a la planicie de Haouz, al pie de la colina rocosa de Gueliz. Por entonces este era el punto de encuentro de las caravanas que cruzaban el Atlas. Decidieron establecer su campamento allí, que luego sería su capital Marrakech.
Las diferentes fuentes históricas no logran ponerse de acuerdo en cuanto al significado de la palabra Marrakech, pero al parecer proviene de la expresión masmouda "marrakouch", algo así como "vete rápido", en alusión al peligro que significaba aquel lugar de emboscada.
Abou Baker fue llamado al sur para contener una revuelta y confió el destino de la nueva ciudad, así como su esposa repudiada Zaynab, a su primo Youssef, de 60 años, con la promesa de volver y recuperar el poder y la esposa si regresaba de la campaña militar. Las leyendas atribuyen a Youssef Ben Tachfine la fundación de Marrakech, y cuentan que al llegar a la planicie de Haouz sus soldados descansaban mientras comían dátiles, cuyos carozos cayeron al suelo y dieron origen más tarde al inmenso palmeral de Marrakech.
En realidad, fue Youssef quien se encargó verdaderamente del trabajo de edificación de la ciudad, la perforación de los pozos de agua, el desarrollo semanal de un gran mercado rural, un sistema administrativo y la organización de un ejército al que incorporó negros y cristianos.
Cuando Abu Baker regresó dos años después, reclamando lo que consideraba suyo, Youssef envió unos presentes a su confiado primo dándole a entender que no habia ya lugar para él en la floreciente ciudad. Abu Baker se retiró a Niger donde murió en 1087.
Marrakech fue rodeada con una muralla defensiva fortificada y Youssef partió a la conquista del norte de Marruecos y el sur de España, amenazada por la reconquista cristiana de Alfonso VI y el Cid Campeador, que fueron derrotados en la batalla de Zellaca. Youssef trajo consigo el arte y la arquitectura de la civilización andalusa para embellecer Marrakech.
A su muerte en 1106, Marrakech era la capital de un inmenso reino rico y pacificado. Lo sucedió su hijo Ali Ben Youssef de solo 23 años, quien se rodeó de los más grandes sabios de la época. Durante su reino se desarrolló el sistema persa de irrigación mediante canales subterráneos conocido como kettara, que permitió dotar de agua las fuentes de la ciudad y hacer crecer el palmeral al noreste. El renombre intelectual de Marrakech creció hasta alcanzar Paris y Roma.
Ali falleció en 1143 dejando dos hijos: Tachfine Ben Ali, que reinó solo dos años, y el niño rey Ichaq Ben Ali, quien fue ejecutado por órdenes de Abd El Moumen tras varios días de vacilación, luego de la terrible toma de la ciudad en 1147 en manos de los almohades.
Ese fue el fin de la dinastía almorávide. La furia almohade y luego alauíta arrasó prácticamente con todo vestigio arquitectural de los fundadores de Marrakech; se salvó misteriosamente una fuente de ablución, la qubbaalmorávide, y se conservó, porsupuesto, el sistema de irrigación de kettaras.
El período almohade
El bello minarete de la Mezquita Koutoubia, la obra más lograda del legado almohade |
La dinastía almohade fue fundada por Mohamed Ibn Toumert, quien se decía descendiente de Alí, el yerno de Mahoma. Mohamed dejó su pueblo en el Anti-Atlas en 1106 y viajó a la Meca tal como lo recomienda el Corán, para regresar a Marruecos predicando violentamente contra los almorávides.
Refugiándose en Tinmel, cerca de Tizi n-Test, construyó su casa, una mezquita y logró reunir poco a poco un ejército de 40 mil fieles. En 1129 intentó apoderarse de Marrakech pero sin éxito. A su muerte en 1130 dejó al mando del ejército a Abd El Moumen, un hábil militar que se apoderaría progresivamente de todas las ciudades del norte: Fes cayó en 1146 y Marrakech se rindió un año después, luego de haber sido sitiada horriblemente durante 9 meses. Los almohades se vengaron con tres días de pillaje, violaciones y masacres. Todos los sobrevivientes de la familia real fueron ejecutados.
Abd el Moumen continuó la obra almorávide: conquista de España y andalucía, desarrollo de la cultura hispamo-morisca e islamización de los berberes. A él se debe la construcción de la célebre mezquita Koutoubia, con el más bello minarete del Magreb, así como la Torre del Oro y la Giralda de Sevilla y la inacabada Torre Hassan de Rabat.
Al morir en 1163, lo sucedió su hijo de 26 años, Abou Yacoub Youssef, quien inspirándose en su ciudad preferida Sevilla, embelleció Marrakech con los Jardines del Agdal y el estanque de la Menara. Su hijo Abou Youssef Yacoub, conocido como Yacoub el Mansour, lo sucedió en 1184 y encaró un proyecto para agrandar la ciudad, que para entonces había quedado muy pequeña. Se demolieron las antiguas murallas y se agregaron 10 hectáreas al interior del nuevo recinto; una puerta monumental, Bab Agnou, y la mezquita de la Kasbah es todo lo que resta de aquella ampliación.
Yacoub era el primogénito de Abou Yacoub Youssef con una esclava negra y su llegada al trono provocó disputas familiares que fueron reprimidas con autoridad. El nuevo rey impuso orden y disciplina al imperio, ampliado con las victorias sobre los españoles y portugueses, como la de Alarcos en 1195.
Hijo de madre cristiana, An Nacir sucedió a su padre en 1199. Prefiriendo Fes, Nacir abandonó Marrakech. Bajo su reinado, los almohades sufrieron su primera derrota en España en 1212, conocida como la batalla de las Navas de Tolosa. Nacir murió en 1213 (algunas fuentes dicen que de pena, otras que fue envenenado...) y sus hijos aún pequeños no eran capaces de gobernar. El imperio se caía poco a poco, en parte por el avance de la Reconquista española, pero también por el resurgimiento de grupos rebeldes en el seno del imperio mismo.
Se sucedieron una serie de cortos reinados, entre ellos el de Al Mamoun, quien mandó construir la primera iglesia de Marrakech en 1219 (Santa María de Marrakech). Los primeros cinco monjes franciscanos que llegaron a Marrakech fueron martirizados y ejecutados por su insistencia en difundir el cristianismo. La fuerte impresión que causó en el pueblo motivó al sultán a construir la iglesia y los monjes se convirtieron en los primeros mártires de la orden franciscana.
Los constantes malestares internos significaron el fin de los almohades cuando el sultán merinida Abou Youssef Yacoub penetró en Marrakech en 1269 y profanó las tumbas almohades. La dinastía desapareció completamente en 1276.
Dinastías merinida y saadí
Los merinidas eran un clan de las tribus berberes de Banou Merin, que en un principio estaban al servicio de los almohades y luego aprovecharon la decadencia de aquellos para tomar el poder.
Luego de algunos combates contra los almohades, consiguieron tomar Meknes en 1245 y Fes en 1248, para finalmente apoderarse de Marrakech en 1269. Los merinidas prefirieron establecer su capital en Fes; Marrakech vio entonces partir sus artesanos e intelectuales hacia Fes y cayó en el letargo y la decadencia, mientras que Fes conoció su tiempo de mayor esplendor con la creación de escuelas coránicas y medersas. No obstante, las luchas intestinas persistían y el desmembramiento del imperio musulmán era ya inevitable. El último sultán merinida fue asesinado en 1465 y el reino musulmán de Granada cayó en 1492.
Los saadíes y el resurgimiento de Marrakech
La dinastía saadita reinó desde la caida merinida hasta 1654, aunque habían vivido en la región próxima a Marrakech durante casi dos siglos sin hacerse notar. En los comienzos la lucha interna por el poder fue terrible y se caracterizó por la persecución y muerte de familias completas de saadíes, sea entre familias diferentes o dentro de una misma familia.
Entre ellos, Moulay Abdallah desde su llegada al trono en 1557 comenzó por eliminar a todos sus rivales familiares potenciales; sus hermanos Abd El Malik y Ahmed El Mansour se refugiaron en Argelia. Desde 1558, Moulay Abdallah reunió en un barrio de 18 hectáreas a todos los judíos de Marrakech - el Mellah. A su reinado corresponden la mezquita y la fuente Mouassine y la reconstrucción de la medersa Ben Youssef. A Moulay Abdallah lo sucedió Abd el Malik.
En 1578, luego de la batalla de los Tres Reyes, en la cual Portugal intentaba derrotar a los saadíes y en la que murieron los tres soberanos (Sebastián de Portugal y los saadíes Abd el Malik y El Moutaouakil, su sobrino aspirante al trono), llega al poder el único sobreviviente de la familia real: Ahmed El Mansour.
Durante su reinado de 25 años, El Mansour extendió el imperio desde el Atlántico a Egipto, sometiendo a Sudán. Sus victorias aportaron a la ciudad muchas riquezas, entre ellas gran cantidad de oro, por lo cual Mansour fue conocido como "El Dorado". La ciudad se vio embellecida y recuperó su antiguo esplendor; hizo construir el Palacio elBadi, una nueva kasbah y los impactantes mausoleos que guardan las tumbas saadíes. Su pasión por las ciencias y la literatura hicieron de la ciudad una gran capital cultural. Pese a su gusto exagerado por el lujo, Ahmed gobernó hasta su muerte en 1603 y es recordado como un gran rey, respetado, admirado y temido.
Al morir sin designar sucesor, el imperio se dividía por enfrentamientos entre sus hijos y resurgieron antiguas disputas. El país se hundió en la anarquía y el hambre. El último soberano saadí, demasiado abierto a la influencia occidental, fue asesinado en 1659 por sus propios tíos, deseosos de instaurar un islamismo fundamentalista. Lo sucedió Karim El Hajj, que fue ejecutado en 1669 por Moulay Rachid, el primer sultán de la dinastía alauita.
Moulay Rachid intentó reconstruir un poder central y a su muerte fue sucedido por Moulay Ismail, quien gobernó durante 55 años hasta 1727. Megalómano y cruel, Moulay Ismail es, sin embargo, recordado como el más grande estadista del Islam de su época. Ismail trasladó la capital a Meknes, por entonces una pequeña ciudad. Organizó un ejército de 150 mil soldados formado con esclavos que tenían la obligación de reproducirse con las mujeres de un gigantesco harén; los niños eran educados como soldados perfectos. En sus aires de grandeza dotó a Meknes de monumentos inspirados en Versalles. Setecientos oponentes fueron decapitados durante su reinado, saqueó Volubilis para recuperar materiales, así como el espléndido Palacio el Badi, para vengarse de la dinastía saadí. Se dice que su harén estaba compuesto por 400 mujeres y que llegó a tener más de mil hijos...
Moulay Ismail fue sucedido por Moulay Abdallah, a quien se debe la elección de los Siete santos venerados en Marrakech. Fue sucedido por su hijo Si Ahmed Ben Abdallah, un gran rey que llevó al reino paz y prosperidad. Abdallah regaló a uno de sus hijos, Aderrahmane Mamoun, un jardín en el cual se construiría mucho después el fastuoso hotel La Mamounia.
Moulay Slimane reinó de 1792 a 1822, enfrentando antagonismos tribales que no logra calmar.
Moulay Aderrahmane reinó entre 1822 y 1859. Habiendo prestado su apoyo al emir de Argelia contra la invasión de los franceses, sus tropas fueron derrotadas y fue obligado a firmar con Francia la Convención de Tánger, ciudad que se convierte en residencia real de Sidi Mohamed Ben Abderrahmane (1859-1873).
Moulay Hassan ( Hassan I), a cargo del país de 1873 a 1894 consigue sobrevivir a las presiones extranjeras, aunque duda en si recurrir o no a la ayuda occidental para modernizar el país y el ejército. El país comenzó a endeudarse.
En 1894 lo sucede su hijo Moulay Abdelaziz, de 16 años. Demasiado joven para gobernar, entregado a los deportes y las fiestas y con el país desmoronándose por las deudas, firmó en 1906 el Tratado de Algeciras, que repartía el reino entre España y Francia.
Pese a su descontento, Moulay Hafid, hermano de Abdelaziz, se ve obligado a aceptar la ayuda francesa y firmar la Convención de Fes, en 1912. Marruecos estaba entonces bajo el protectorado francés y en esa condición llegaron los franceses a Marrakech en septiembre del mismo año. En Marrakech, el mariscal Liautey instaló sus oficinas en el opulento Palacio de la Bahia.
El protectorado duró hasta el regreso del exiliado rey Mohammed V en 1956, quien estableció la capital en Rabat. Durante ese tiempo se produjo la llegada masiva de franceses a Marrakech, fascinados por la cultura oriental, y muchos de ellos se instalaron definitivamente. Se recuperaron antiguas residencias en la medina de Marrakech, los riads, y se creó una nueva ciudad o barrio europeo fuera de la muralla, Gueliz.
Aún luego de la independencia, las relaciones entre Francia y Marruecos fueron estrechas y eso favoreció poco a poco la afluencia de turistas, con la consecuente instalación de hoteles e infraestructura necesaria para fomentar la industria del turismo, que es hoy en Marrakech la principal actividad económica.
QUÉ VER EN MARRAKECH:
VILLA Y JARDIN MAJORELLE
Esta casa plena de color con su pequeño y extravagante jardín fue concebida por un enamorado de Marruecos:el artista francés Jacques Majorelle
Nacido en Nancy, Francia, en 1886, Jacques era hijo del famoso ebanista Louis Majorelle. El pequeño Jacques acompañaba siempre a su padre al taller y estuvo desde siempre influenciado por la corriente de la célebre Escuela de Nancy. Siendo joven se inscribió en la Escuela de Bellas Artes de Nancy para aprender arquitectura y decoración, actividad que abandonó para ir a París y dedicarse a la pintura.
Amante del descubrimiento de nuevas culturas, luego de uno de sus viajes comenzó su pasión por Africa, sus costumbres y colores.
En 1917 decidió instalarse definitivamente en Marrakech mientras realizaba exposiciones de sus pinturas sobre Africa, absolutamente subyugado por la luz, los colores, los lugares... Quería testimoniar con sus pinturas la autenticidad de los habitantes de la ciudad, su vida cotidiana, los mercados, los zocos, describir esa actividad incesante que lo encantaba. A partir de 1921 comenzó sus excursiones al Atlas, siendo sus incontables pinturas de las kasbahs las más reputadas.
Paulatinamente se convirtió en uno de los personajes más destacados de la ciudad, mientras que en Paris lo llamaban el "pintor de Marrakech".
Sintiendo cada vez más a la ciudad como su lugar, en 1923 decidió construir una casa imponente en estilo morisco, la villa, diseñando él mismo los motivos de los zelliges, esos azulejos típicamente marroquíes que cubren las paredes, y utilizando pinturas en colores vivos: verde, rojo y un azul que luego sería conocido como azul majorelle. Los mismos colores fueron utilizados en el interior, cuya decoración hace evidente referencia al arte tradicional marroquí. Delante de la villa se extendía un gran estanque.
Alrededor de la casa, el artista concibió un jardín como un inmenso oasis de verdor, pleno de especies exóticas que crecían en las cuatro hectáreas zurcadas por senderos y salpicadas por once fuentes extravagantes. El jardín se enriqueció con especies provenientes de los cinco continentes: 1800 variedades de cactus, flores tropicales, bananeros, bambúes, plantas acuáticas, hongos gigantes y 400 variedades de palmeras.
En 1931, opuesto a la villa morisca, Jacques confió al arquitecto Paul Sinoir la construcción de un taller de estilo moderno donde retirarse para trabajar. Decidido a crear un arte decorativo nuevo inspirándose en la tradición, realizado a partir de productos regionales y con mano de obra local, su taller prosperó rápidamente produciendo marroquinería fina, objetos artísticos de cuero, muebles de madera pintada... Allí produjo también los articulos que decoraban su propia casa y que presentó en la Exposición de Artes Decorativas en 1925, así como los creados para decorar el famoso Hotel la Mamounia de Marrakech, donde pintó también los cielorrasos del comedor.
En 1955, la villa familiar, rodeada de una hectárea de su parque, fue separada del resto de la propiedad y el jardín exótico de tres hectáreas que rodeaba el taller fue abierto al público. Con el tiempo, ese vasto espacio fue fraccionado y algunas partes fueron vendidas.
Jacques Majorelle falleció en Paris en 1962, adonde fue repatriado luego de una fractura de fémur. El jardín siguió abierto al público y sufrió un gran deterioro.
Dos admiradores de la obra de Majorelle, el diseñador de modas Yves Saint Laurent y Pierre Bergé, decidieron comprar la villa y los jardines en 1980, salvándolos así de las especulaciones inmobiliarias que atacan constantemente el patrimonio de los jardines de Marrakech. Ambos se ocuparon de su restauración y decideron mantener abierto al público el acceso a una parte de los jardines, mientras que en el antiguo taller fue organizado un pequeño museo de arte islámico, donde exponen objetos de sus colecciones personales: cerámicas, vasijas, armas y joyas, así como textiles, alfombras, objetos de madera tallada y otros tesoros provenientes del Maghreb, Asia y Africa. Un espacio fue reservado también a las obras del creador del maravilloso espacio, Jacques Majorelle.
PLAZA DJEMAA EL FNA
La plaza central de Marrakech es un verdadero muestrario de la vida y cultura marroquíes, y fue por eso declarada Patrimonio Oral de la Humanidad
La animada plaza con el minarete de la Koutoubia presidiendo el espectáculo
Verdadero "corazón" de la ciudad de Marrakech, la plaza Djemma el Fna ocupa un amplio espacio en el centro de la medina.
No se sabe exactamente cuál es el origen de su nombre. En árabe significa "Plaza de la muerte", lo cual haría referencia a las ejecuciones de infieles y delincuentes que tenían lugar en esta plaza en otros tiempos; por otra parte la palabra djemaa también quiere decir mezquita y en este caso podría relacionarse con la explanada de una antigua mezquita almorávide que se encontraba en las cercanías y que fue destruida.
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Muchas plazas del mundo son famosas por la belleza o importancia de los edificios que las rodean; pues este no es el caso. Sin estar rodeada de edificios remarcables podría sorprender que este gran espacio poligonal suscite tanto interés en los turistas de todo el mundo. Es que el gran atractivo de esta plaza es la gente y sus costumbres, el ir y venir de los marroquíes que según el momento del día la vacían o la llenan.
A la mañana y hasta comienzos de la tarde se adueñan del espacio los personajes más insólitos: encantadores de serpientes, adivinadoras de la suerte protegiéndose bajo sus sombrillas, arrancadores de dientes, mujeres tatuando con henna y artistas callejeros: danzas tradicionales, músicos populares, narradores de cuentos rodeados por atentos oyentes...
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En otro sector, sanadores, predicadores y otros charlatanes prometen curaciones milagrosas hasta para la infertilidad y la impotencia utilizando raices misteriosas, huevos de avestruz, incienso y versículos del Corán. Los vendedores de jugos de naranja aprovechan de la abundancia de esta fruta en la región para hacer su negocio, mientras que otros lucen los atuendos típicos de los antiguos vendedores de agua, aunque a menudo no tienen una gota y sólo intentan cobrar por alguna foto a los turistas.
A los ojos occidentales este muestrario vivo de tradiciones y costumbres provocan a un tiempo asombro y curiosidad, y claro, es lógico querer fotografiar todo... pero hay que saber que Marrakech vive del turismo y es mejor estar prevenidos, pactar precios de antemano, incluso para tomar una simple foto, y evitarse malos momentos.
La animación continúa más allá de la plaza, hacia el norte, por donde se accede directamente al zoco de Marrakech, el más grande del Maghreb.
Llegando la noche la plaza se anima aún más con la llegada ruidosa de incontables carros ambulantes que invaden el espacio, proponiendo comidas típicas llenas de sabor y color: couscous caliente, cabezas de cordero asadas, ensaladas, buñuelos... todo listo para degustar en mesas dispuestas ahí mismo. Avanzada la noche, la atmósfera está totalmente invadida por el humo de las parrilladas y la gente llega hasta la plaza como atraida por un gran imán.
Una vez superados la sorpresa y el asombro que provoca toda esta multitud bulliciosa, es una buena idea refugiarse en uno de los tantos cafés-restaurantes que rodean la plaza, entre ellos el Café de Francia y el Café Argana, los más populares. Sus terrazas ofrecen un lugar privilegiado para tomar distancia de la multitud y observar todo el movimiento, todo el dinamismo de este verdadero espectáculo a cielo abierto, clasificado como Patrimonio Oral de la Humanidad por la UNESCO en el año 2001.
LA MEZQUITA KOUTOUBIA
Su minarete de 70 metros de altura es visible aúna varios kilómetros de la ciudad y forma parte de la postal de Marrakech
La Mezquita de Koutoubia o Kutubia es uno de los sitios más visitados de Marrakech y el edificio más representativo del arte almohade en la ciudad. Como en la mayoría de las mezquitas, la entrada está prohibida a los no musulmanes; no obstante nada impide que cada año miles de turistas fotografíen su bello minarete o que descansen en los jardines que la rodean. Ubicada en una posición ideal, la Koutoubia está muy próxima a la concurrida plaza Djemaa el Fna y los bulliciosos zocos. Por otro lado, la Avenida Mohammed V parte justo frente a la mezquita y lleva directamente a Gueliz, la Ciudad Nueva.
Construida en el siglo XII durante el reinado del sultán Abd Al-Mumin, perteneciente a la dinastía almohade, pronto se instalaron a su alrededor numerosos mercaderes de manuscritos, por lo cual la mezquita tomó el nombre de Kutubia, que significa mezquita de los libreros (kutub: libro en árabe).
La mezquita original data, en realidad, de los tiempos de la dinastía berber de los almorávides, allá por el año 1120, pero fueron los almohades quienes realizaron cambios significativos en el estilo que le imprimieron el aspecto que perduró hasta nuestros días.
Los almohades quisieron una mezquita que destacara por su sobriedad y sus líneas sencillas. Respondiendo a la forma tradicional, la planta de la Koutoubia tiene forma de "T", extendiéndose sobre un rectángulo de 60 metros de largo por 90 metros de ancho. El minarete cuadrangular es un elemento característico en la arquitectura musulmana occidental y fue agregado más tarde, alrededor del año 1196.
De medidas bien proporcionadas, 12,8 metros de lado y una altura total de 77 metros, el minarete tiene una decoración diferente en cada cara, combinando adornos florales y epigráficos con entrelazados en relieve, que intercalan pinturas, bandas de azulejos y arcadas. Aunque bastante afectado por el paso del tiempo, el minarete aún es dueño de una sobria belleza.
En el interior, seis salas superpuestas son conectadas por una rampa que permite acceder al balcón, tarea realizada por el muecín (persona seleccionada en la mezquita para convocar a la población para la oración gritando desde lo alto) cinco veces cada día (adhan) y todos los viernes.
En lo alto, el minarete remata con cuatro bolas doradas, superpuestas y de tamaño decreciente, la más grande de 2 metros de diámetro. Las leyendas cuentan que originalmente estas bolas eran tres, representando los mundos terrestre, celestial y espiritual. La cuarta habría sido una donación de una de las esposas del sultán Yaqub el-Mansur, quien habría fundido sus joyas de oro para realizarla como penitencia por haber roto el ayuno del Ramadán comiendo tres uvas...
Por su arquitectura y sobriedad en la decoración, la Kutubia ha sido tomada como modelo para la construcción de la torre Hassan en Rabat y la Giralda de Sevilla.
LA MEDINA DE MARRAKECH
Rodeada por una extensa muralla, la medina es el centro histórico y turístico de Marrakech, donde se concentran sus principales atractivos
Las murallas al atardecer con las cumbres del Atlas al fondo
Con la palabra medina se designa en los paises de influencia árabe a la parte más antigua de una ciudad, aunque hasta la aparición de los barrios modernos en la periferia la medina constituía la ciudad en sí misma.
La medina de Marrakech fue en sus orígenes campamento militar y mercado. En el siglo XII fue necesaria la construcción de una Kasbah (fortificación amurallada) para defenderse de ataques externos. El trazado de la muralla fue modificado y ampliado varias veces por las sucesivas dinastías gobernantes hasta el definitivo que vemos actualmente.
La medina de Marrakech es la más extensa de todo Marruecos, con sus 600 hectáreas, y la muralla que la rodea mide 19 kilómetros de longitud, entre 8 y 10 metros de altura y un espesor que varía entre 1,60 y 2 metros. Por ser la piedra muy escasa en la región, se utilizó una especie de arcilla rojiza que el sol hace variar en tonalidades según el momento del día y que le dio a Marrakech su apodo de Ciudad Roja.
En sus orígenes la medina amurallada, respondiendo a su función defensiva, no contaba con la cantidad de puertas (bab) que vemos hoy y que la conectan a la Ciudad Nueva. Entre las más antiguas se encuentran dos bellos ejemplos de arquitectura almohade que resistieron el paso de los siglos: Bab er Robb y Bab Agnaou; ésta última forma parte de los restos de la antigua Kasbah. Otras puertas que destacan por su monumentalidad son Bab Doukala, Bab Aghmat y Bab Aylen. Algunas llevan nombres de tribus, otras tienen nombres que evocan actividades artesanales. En total son 22 las puertas que comunican a la medina con Gueliz e Hivernage.
HOTEL LA MAMOUNIA
Frecuentado desde siempre por importantes personalidades de todos los ámbitos, la Mamounia es uno de los hoteles más lujosos del mundo.
Situado junto a los muros de la medina y rodeado de un precioso jardín, fue desde sus comienzos sinónimo de lujo, distinción y glamour, y entre sus huéspedes siempre se encontraron celebridades del espectáculo, importantes políticos, artistas plásticos y escritores.
La historia de un sueño hecho realidad
La feliz historia de La Mamounia comenzó con sus jardines, que cuentan ya más de dos siglos de existencia. El entonces sultán Sidi Mohammed Ben Abdallah tenía por costumbre casar a sus hijos llegados a la mayoría de edad y regalarles una propiedad. Así, los nombres de sus cuatro hijos, Abdessalam, Moussa, Mamoun y Hassan fueron cada uno a su tiempo los nombres de los jardines, los arsats, que el rey les obsequiara. Aunque esos espacios existen aún hoy, sólo el Arsat al-Mamoun se volvió famoso.
Las leyendas cuentan que Mamoun organizaba fastuosas fiestas en estos jardines; de aquellos tiempos se conservan un pequeño pabellón cuadrado, un riad adosado a los muros de la medina (hoy totalmente restaurado) y el diseño simple del parque, entonces poblado de olivares. Mamoun se marchó de Marrakech para ocupar el puesto de califa en Fes, donde falleció en 1786, pero su jardín siguió siendo igualmente uno de los más bellos de la ciudad.
En 1922, con la llegada de los franceses a Marrakech, se decidió la construcción de un hotel, cuyo diseño estuvo a cargo de los arquitectos Henri Prost y Antoine Marchisio. Ambos rápidamente comprendieron que no podían construir en un espacio tan prestigioso como el arsat al-Mamoun sin devolver al lugar su historia y ambientes del pasado. Por otro lado, el hotel estaba orientado a una clientela esencialmente europea, deseosa de un espacio de relax y alimentada por la literatura orientalista y los sueños exóticos... era entonces un imperativo mantener el ambiente tradicional marroquí en el lugar.
Primero fueron artistas como Delacroix o Matisse quienes manifestaron su interés por Marrakech y su devoción por la Mamounia; alrededor de 1929 llegaron las estrellas del music-hall: Edith Piaf, Maurice Chevalier, entre otros...
Los cineastas también sucumbieron al hechizo de Marrakech y así llegaron realizadores franceses y norteamericanos: en 1930 se filmó Morocco, con Marlene Dietrich y Gary Cooper; en 1956, Alfred Hitchcock hizo de Marrakech y la Mamounia el escenario donde filmó El hombre que sabía demasiado, con Doris Day y James Stewart. Charles Chaplin visitó la ciudad en 1955 y fue cálidamente recibido en el hotel.
Pero no sólo artistas y personajes del espectáculo fueron atraidos por La Mamounia. En 1935, sir Winston Churchill visitó la ciudad y se enamoró de sus aromas y colores, tanto que regresaba a menudo para descansar, escribir y dar rienda suelta a su pasión por la pintura. "Es el lugar más encantador del mundo", le dijo a Franklin Roosevelt, invitándolo a venir. Y como él, muchas otras figuras del mundo político: Charles de Gaulle, los Reagan, Nelson Mandela...
El desfile constante de estrellas y personalidades haría la lista interminable pero vale mencionar entre todas ellas a los Rolling Stones, Jane Fonda, Michael Cain, Omar Sharif, Sharon Stone, Sylvester Stallone, Charlton Heston, Tom Cruise y Nicole Kidman. Todos ellos figuran en el Libro de Oro del hotel, donde dejaron sus impresiones y comentarios.
El hotel La Mamounia sufrió con el correr del tiempo numerosas refacciones y ampliaciones para dotarlo de todas las comodidades conforme avanzaba la tecnología, pero no obstante mantuvo siempre el ambiente romántico, a la vez elegante y exótico, de su decoración, una sabia mezcla de los estilos morisco y art-decó. La magia es mayor, sin lugar a dudas, si se piensa en las 15 hectáreas de jardines que lo rodean, pese a encontrarse en plena medina deMarrakech, donde todo parece apretujado.
Entre las suites temáticas especiales, los huéspedes más exigentes nunca pudieron resistirse a la Suite Winston Churchill, dedicada al gran estadista, con predominio de muebles de estilo inglés y algunos objetos de su pertenencia, haciendo del espacio un pequeño "museo" en su honor.
Para los nostálgicos que recuerdan el legendario tren Londres-Estambul se preparó la Suite Orient Express, recreando uno de sus compartimientos de lujo.
La Suite Palmeraie, de estilo Luis XV e Imperio, es la más grande del hotel, mientras que la Suite Menzeh ofrece una vista espectacular de la mezquita Koutoubia, sobre todo cuando se ilumina durante la noche. La preciosa Suite Nupcial, donde predominan los tonos pastel, tiene magníficas vistas de los jardines, la piscina y las cumbres del Atlas a lo lejos. Sin dudas, escenario de muchas inolvidables lunas de miel...
En cuanto a gastronomía, La Mamounia ofrece platos de todo el mundo en sus cinco restaurantes (espectacular el restaurante Le Marocain), así como salones muy especiales para la sobremesa, como el Piano Bar Churchill. Un lujoso casino estilo europeo con restaurante y bar, lujosas salas de conferencia, espacios para gimnasia, spa, práctica de deportes (golf, tenis, squash, petanque, billar) y tiendas con artículos refinados contribuyen a crear el ambiente de relax y ensueño que los turistas exigentes buscan.
MEDERSA Y MEZQUITA ALI BEN YOUSSEF
Situada junto a la mezquita más antigua de Marrakech, la medersa llegó a ser la escuela coránica más grande de Marruecos y la más afamada de todo el Magreb
La mezquita Ben Youssef es la más antigua de Marrakech y en torno a ella se organizó la medina. Fue construida en el siglo XII en honor a Sidi Ben Youssef Ali, un teólogo sabio proclamado con el tiempo uno de los Siete Santos patronos de la ciudad por su ejemplo de fe inquebrantable pese a estar muy enfermo de lepra.
La mezquita sufrió numerosas restauraciones con el curso del tiempo, por lo cual nada queda de la construcción original. Su minarete de piedra de 40 metros de altura domina en este sector de la medina.
Situada junto a la mezquita, la medersa Ben Youssef es uno de los monumentos más prestigiosos de Marrakech y una verdadera joya de la arquitectura árabo-andalusí. Edificada en la segunda mitad del siglo XVI sobre una antigua escuela creada en el siglo XIV, será hasta mediados del siglo XX centro de difusión del saber y luego patrimonio cultural abierto al público.
Sobre el dintel de la puerta de entrada puede leerse una inscripción que dice: "He sido edificada para las ciencias y la oración por el Príncipe de los Creyentes, descendiente de los profetas, Abdellah, el más glorioso de los Califas. Ora por él, tú que cruzas mi puerta, a fin de que sus esperanzas más altas sean concedidas." Esta frase y la inscripción del año de finalización - 1565 - permiten atribuir la construcción de la medersa al sultán saadí Abdellah El Ghalib.
El imponente patio de la medersa con la fuente central
Diversas obras tendientes a realzar la imagen de la ciudad, entonces capital del imperio, tales como embellecimiento de calles y parques, reorganización completa de algunos barrios, provisión de agua a fuentes, mezquitas y jardines, fueron el marco en el cual el sultán quiso también dotar a Marrakech de un edificio dedicado a la teología y a la difusión de las ciencias. El nombre escogido fue un homenaje a Ali Ben Youssef, hijo y sucesor del fundador de Marrakech, Youssef Ibn Tachfin. La medersa, que alcanza los 1680 metros cuadrados, es uno de los más bellos edificios de la época saadí: de planta casi cuadrada, muros robustos y espacios armoniosos, los materiales utilizados -mosaicos, mármol, yeso y madera tallada sabiamente combinados- aportan su nota de belleza sobria y refinada a la vez
La entrada se encuentra junto al muro este de la mezquita, cubierta por una gran cúpula adornada de estalactitas esculpidas en yeso. Una imponente puerta de cedro da paso a un largo vestíbulo que remata en el fondo con un espacio cuadrangular, coronado por una alta cúpula con cielorraso de madera, cubierta por fuera de tejas esmaltadas en verde.
A la derecha se extiende un gran patio con piso de mármol blanco, cuya fuente central aporta la cuota de serenidad necesaria a un espacio creado para el estudio y la meditación. Al otro lado del patio se encuentra la sala de oración, con sus columnas de mármol de Carrara y una cúpula similar a la del vestíbulo, aunque más grande.
A un lado y otro del patio, en la planta baja y el primer piso, se distribuyen las 132 habitaciones que fueran ocupadas por los estudiantes. La popularidad de la escuela fue tal que en sus mejores tiempos llegó a albergar 900 alumnos!
Dirección: Plaza Ben Youssef - Medina de Marrakech
Horarios de visita: Abierto todos los días de 9 a 18 hs.
Precio de la entrada: 10 Dirhams
MUSEO DE MARRAKECH - FUNDACIÓN OMAR BENJELLOUN
Una suntuosa residencia de fines del siglo XIX fue restaurada por Omar Benjelloun, industrial y coleccionista, para exponer su valiosa colección de arte marroquí
Conocida como Palacio Mnebhi, la magnífica residencia que alberga hoy el Museo de Marrakech fue construida hacia finales del siglo XIX.
Mehdi Mnebhi fue ministro de guerra del sultán Moulay Abdelaziz y también embajador en Alemania e Inglaterra. Su jerarquía y cercanía con el sultán le facilitaron la construcción de un riad palaciego, el estilo típico de la época: las habitaciones dispuestas alrededor de un gran patio, las ventanas finamente decoradas con marcos de madera tallada, mosaicos en los pisos y otros detalles de exquisito gusto.
Fracasos en ciertas expediciones para sofocar revueltas dejaron mal parado a Menbhi frente al sultán y finalmente se retiró a Tánger, donde falleció en 1941, dejando su riad a su yerno Thami El Glaoui. Con la independencia de Marrakech en 1956, la residencia pasó a manos del Estado para utilizarse como escuela de niñas, la primera de la ciudad. Como su estado se degradaba poco a poco, finalmente el edificio se mantuvo cerrado muchos años.
Omar Benjelloun (1928-2003) perteneció a una familia de empresarios de la industria del automóvil. Iniciado desde pequeño en las artes por sus abuelos, Omar se sintió atraido en principio por la colección de sellos postales y gradualmente su interés se extendió a todas las manifestaciones artísticas y culturales, en especial el patrimonio arquitectural. Y es precisamente en este ámbito donde logró sus mayores satisfacciones: la restauración de tres obras importantísimas en la historia de la ciudad, como son la Medersa Ben Youssef, la Qubba Almorávide y el mencionado Palacio Mnebhi, que luego convierte en museo para exponer sus colecciones de toda la vida.
Los trabajos de restauración supusieron cambios sustanciales en las dependencias del palacio; así, las antiguas cocinas (douirias) se transformaron en salas de exposición de arte contemporáneo, al igual que el hammam (los baños de vapor) albergan colecciones temporales. Las antiguas caballerizas fueron adaptadas para la administración, las boleterías, una librería tienda de recuerdos, un agradable salón de té donde se puede degustar un té de menta al tiempo que apreciar obras de artistas jóvenes. El patio central fue cubierto y es utilizado para conferencias, conciertos y otras manifestaciones culturales y las habitaciones que lo rodean albergan las exposiciones relativas al patrimonio cultural marroquí.
Las colecciones del Museo de Marrakech son, a diferentes escalas, testimonios de la historia de Marruecos y están agrupadas en los siguientes conjuntos:
- Objetos arqueológicos: esencialmente monedas islámicas que reflejan la historia numismática de Marruecos, desde el siglo VIII al XX.
- Objetos etnográficos: que incluye cerámicas (destacan más de 200 piezas de cerámica de Fes y una treintena de piezas de Safi de los más destacados maestros ceramistas); objetos de tierra cocida finamente decorados provenientes del Rif y el Atlas; joyas (brazaletes, collares, pendientes, adornos pectorales, a menudo realizados en plata y piedras preciosas y semi-preciosas); armas tradicionales (que con frecuencia constituían parte del atuendo y los adornos masculinos tales como los puñales kumiya y sboula, así como fusiles y sables); vestimentas (clasificadas en ciudadanas y rurales); objetos de culto judaico (ornamentos para el Thora, lámparas de aceite, candelabros, vasos, quema-perfumes, y tantos otros objetos que dan una idea del patrimonio religioso judío); y finalmente, mobiliario arquitectural, tales como puertas y dinteles de madera.
- Documentos históricos: compuestos por grabados originales realizados por dibujantes y viajeros extranjeros entre el siglo XVI y el XX, y caligrafías que datan del siglo IX al XIX, realizadas por generaciones de artistas desde la India e Irán a Marruecos y Andalucía.
- Arte contemporáneo: reune un importante número de obras de artistas marroquíes, ilustrando el largo proceso de crecimiento de los distintos géneros creativos.
La Fundación Omar Benjelloun organiza solamente exposiciones temporarias. Las exposiciones patrimoniales persiguen el doble propósito de, por un lado, hacer conocer el patrimonio cultural marroquí a los visitantes extranjeros, y por otro, incentivar al público marroquí a redescubrir y mantener su patrimonio y tradiciones.
Horarios de visita: Abierto todos los días de 9 a 18,30 hs.
Precio de la entrada: 30 Dirhams
LA CÚPULA ALMORÁVIDE
Esta bella cúpula con su fuente de ablución es el único vestigio de la dinastía almorávide, fundadora de Marrakech
La Cúpula Almorávide o Qubba Barudiyne es un monumento de gran valor para la ciudad de Marrakech, no sólo por su antigüedad sino porque constituye además una muestra de las técnicas avanzadas empleadas en la época para aprovisionar de agua a la ciudad.
La qubba data del siglo XI y fue construida por el segundo rey almorávide, Ali Ben Yussef. Su madre era cristiana y por ese motivo había pasado parte de su vida en Andalucía, por lo cual no sorprende que haya introducido el arte y la cultura andaluza en Marruecos. Aunque al parecer impulsó ampliamente la construcción en la ciudad, no quedó nada de sus obras arquitectónicas, arrasadas por los almohades que invadieron a mediados del siglo XII; sólo la cúpula, que fue hallada y restaurada varios siglos después.
Calificada por los historiadores musulmanes como "extraordinaria", la cúpula permaneció sepultada bajo tierra y desperdicios hasta que fue puesta a la luz en 1952. Su planta rectangular mide 7,3 por 5,5 metros y presenta dos niveles con arcadas de diferentes estilos, lo que da una altura total de unos 10 metros incluyendo la cúpula.
Precisamente en el domo radica el mayor atractivo de este monumento: por fuera está elegantemente decorado con nervaduras, formadas por arcos entrelazados y galones que rodean una estrella de siete puntas; el interior del domo, la parte más espectacular, es de madera de cedro tallada que resistió increiblemente el paso de los siglos. Está finamente decorado con motivos vegetales (piñas, hojas de palma y acanto) e inscripciones caligráficas, notables además por ser las escrituras en cursiva más antiguas de toda Africa del Norte.
La cúpula formaba parte de las dependencias de una mezquita hoy inexistente, y su fuente era utilizada para la ablución de los creyentes. El complejo contaba además con otras tres fuentes, las primeras de Marrakech, para el aprovisionamiento de agua potable de la ciudad, que era traida por medio de canalizaciones subterráneas, las khettaras, desde las montañas del Atlas. Los diferentes niveles de canalización que pueden observarse en el lugar evidencian que el sistema estuvo en uso durante mucho tiempo y testimonian los conocimientos técnicos de los almorávides.
Dirección: Plaza Ben Youssef - Medina de Marrakech
Horarios de visita: Abierto todos los días de 9 a 18,30 hs.
Precio de la entrada: 10 Dirhams
EL ZOCO DE MARRAKECH
Hoy, como desde hace cientos de años, el zoco de Marrakech sigue siendo un importante centro comercial y artesanal |
Los zocos, llamados bazares en oriente y simplemente mercados o mercadillos en occidente, son una constante en las ciudades árabes; desde tiempos remotos fueron el lugar de encuentro de las caravanas que viajaban por el desierto para comerciar, concluir negocios, encontrarse con otras tribus, beber té con amigos o incluso arreglar bodas.
El zoco de Marrakech es el mercado más grande de todo el Maghreb y se puede acceder a él directamente desde la Plaza Djemaa el Fna. Inmediatamente se percibe el bullicio y la animación en las callejuelas laberínticas, algunas cubiertas por lamas de madera para protegerse del sol, donde comerciantes y artesanos intentan cada día hacer su negocio con locales y turistas.
Un poco de historia
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La palabra zoco, souk en árabe, designa 'un gran desorden' y podriamos pensar que el término es más que acertado para definir esta zona tan efervescente y ruidosa donde nada parece seguir ninguna regla. Sin embargo, los zocos fueron desde siempre mercados muy ordenados que respondían a una organización social y geográfica de diferentes corporaciones de artesanos, vigente aún hoy después de más de ocho siglos de existencia.
Fueron primero los tejedores y los curtidores de cueros quienes se instalaron y poco a poco se fueron agregando otras actividades, cada una estableciéndose en una zona bien delimitada para desarrollar su actividad.
Cada corporación tenía sus reglas y jerarquías profesionales bien precisas; en general, existía una escala jerárquica en la cual el aprendiz estaba en el nivel más bajo durante un cierto tiempo (a veces años) para aprender el oficio. Cuando era capaz de realizar una pieza por sí mismo era juzgado por sus maestros o maalems y si era aprobado podía instalarse y comerciar como los demás artesanos. Los maalems eran, entonces, los que transmitían los secretos de la profesión, y eran liderados por el amine, elegido de entre ellos para resolver conflictos entre artesanos o entre maestros y aprendices.
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La ubicación de cada actividad dependía del valor de la mercancía y de la incomodidad que significara para los vecinos. Así, el zoco de los curtidores de cueros (con sus técnicas ancestrales de tratamiento de las pieles), el taller de los alfareros y el mercado de camellos fueron ubicados al exterior de la medina.
Los alimentos, por ser productos económicos y perecederos, ocupaban las zonas de la periferia: se podían encontrar olivas, huevos, aves, carnes rojas, dátiles... También los ligados a las actividades rurales, como los que confeccionaban riendas y sillas de montar para los caballos. Próximo estaba el zoco de los carpinteros, cuyos talleres invadían prácticamente la calle.
La zona central del gran zoco se reservaba a los artículos más costosos y delicados: las telas de seda, las especias y joyas de oro, así como los productos para el cuidado personal y el arte del tatuaje con henna (un arbusto espinoso que produce una tintura utilizada para tatuar o teñir el cabello).
El zoco hoy
En la actualidad, pese a la degradación causada por la invasión de la cultura occidental y los productos made in china, el zoco congrega alrededor de 2600 artesanos y 40 corporaciones que aún mantienen vivo el arte tradicional marroquí, confiriendo un encanto especial al mercado más grande del norte africano.
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La variedad de artículos que se puede encontrar abarca casi todo lo imaginable: vestimentas, joyas, tapices, babuchas, objetos de tierra cocida, madera, metálicos o de cuero, especias, frutos secos, carnes y otros alimentos, hierbas medicinales... la lista sería interminable.
Negociar antes de comprar, además de ser toda una tradición comercial árabe, en este caso resulta además indispensable ya que los precios suelen ser bastante elevados; si el comerciante ve real interés en el producto convidará al cliente con un té de menta y apreciará hacer un buen negocio, pero se sentirá ofendido si sólo se busca regatear por diversión.
El zoco es un placer para disfrutar con todos los sentidos y la mente abierta. Sólo hay que dejarse llevar por las callejuelas y dejar que ese pequeño gran mundo de olores, sabores y sonidos nos invadan y sumerjan en una forma de vida que es, seguramente, muy diferente a la que estamos acostumbrados.
PALACIO EL BADI
El palacio más fastuoso jamás imaginado fue totalmente desmantelado y hoy sólo quedan sus muros desnudos gastados por el tiempo sobre los que anidan las cigüeñas.
Cinco meses después de su resonante victoria sobre las tropas portuguesas en la batalla de los Tres Reyes el 4 de agosto de 1578, el sultán saadí Ahmed al-Mansur Ed-Dahbi (El Dorado) emprendió la construcción de un palacio monumental dedicado a las grandes recepciones y audiencias reales.
Las obras comenzaron ese mismo año, en 1578, prolongándose hasta 1594, y ciertos trabajos fueron acabados recién en 1603.
El impresionante conjunto palaciego constaba de 360 habitaciones dispuestas en grandes pabellones en torno a un patio central: El Pabellón de Cristal, el Pabellón de Audiencias, el Pabellón Verde y el Pabellón del Heliotropo. En el enorme patio de 135 por 110 metros se había instalado un estanque de 90 por 20 metros con una hermosa fuente. Otros estanques marcaban las esquinas del patio.
La grandiosidad del palacio destacaba aún más por la abundancia y riqueza de la decoración: el lujo reinaba por doquier y abundaban los materiales preciosos como el ónix, el jaspe y el oro, este último proveniente de Sudán, al que Al-Mansur había conquistado recientemente. Las columnas eran de mármol de Carrara, que aparentemente el sultán habría canjeado a comerciantes italianos por su peso equivalente en azúcar de caña. Tal vez hubo en ello un mensaje visual: el gran sultán transformando el azúcar en blanco mármol... Los artesanos llegaban de todas partes para embellecer los cielorrasos de estucos y maderas finamente talladas. Esta profusión en la ornamentación dio al palacio el apodo de El Badi, « el incomparable ».
Cómo un palacio tan imponente acabó siendo sólo un gran conjunto de piedras?
Se dice que en el curso de una de las grandes ceremonias de la corte el destino del majestuoso palacio fue predicho. Uno de los invitados tenía reputación de visionario, y el sultán lo interrogó burlonamente: -¿Qué piensas de este palacio?- A lo que el visionario respondió: -Cuando sea demolido, será un gran montón de piedras! Este presagio habría asustado mucho al sultán, quien ordenó encarcelar de por vida al infeliz vidente.
Más allá de las anécdotas, en la historia de Marruecos diferentes dinastías se sucedieron y cada una estableció la capital del imperio en la ciudad de su preferencia. Marrakech fue la ciudad elegida por los saadíes, pero cuando la dinastía alauita llegó al poder, el sultán Moulay Ismail decidió borrar de Marrakech todo vestigio de la dinastía precedente (sólo las tumbas saadíes se salvaron por su temor al sacrilegio) y así fue como mandó desmantelar el palacio para construir la ciudad imperial de Meknes, establecida como nueva capital del imperio en 1675.
Las crónicas relatan que El Badi, cuya construcción demandó alrededor de 25 años, fue despojado de todas sus riquezas en menos de una década, y se dice que no hubo una sola ciudad en Marruecos que no recibiera parte de sus ruinas...
Las excavaciones arqueológicas comenzadas en 1953 apenas pudieron dar prueba de la grandiosidad del Incomparable con la determinación del plano del conjunto palaciego. Del Pabellón de Cristal no queda prácticamente nada y el Pabellón de Audiencias subsistió hasta nuestros días bajo la forma de altas murallas erosionadas. Sólo se encontraron algunos fragmentos de mármol de las columnas, restos de las fuentes, azulejos y estucos. Se sabe de la fastuosidad del palacio esencialmente por las crónicas históricas y relatos de embajadores e invitados reales, quienes llegaron a conocerlo en sus tiempos de esplendor y dan cuenta de la elegancia y refinamiento de los saadíes.
Hoy, la vasta explanada poblada de naranjos y los muros desgastados por el tiempo coronados de nidos de cigüeñas no faltan de un cierto aire poético y romántico. Subiendo a la terraza se puede apreciar una bella vista de la ciudad.
Cada año, durante los fines de semana del mes de julio, el Badi revive con el festival de música y danza tradicional, y en septiembre se muestran filmes durante el Festival de Cine de Marrakech. En el complejo tiene su sede un pequeño museo donde se exponen restos del palacio y un minbar móvil (púlpito para sermones) proveniente de la mezquita Koutoubia.
Dirección: Medina de Marrakech Precio de la entrada: 10 Dirhams para visitar el palacio - 20 Dirhams incluyendo visita al minbar
EL PALACIO DE LA BAHIA
El suntuoso palacio "de la bella" habría sido dedicado por el vizir Ahmed ben Moussa
a una de sus favoritas
La construcción del Palacio de la Bahia fue encargada por Ahmed ben Moussa, hombre influyente, hábil y poderoso, que fue visir (el cargo más alto luego del monarca) del sultán Abdelaziz a finales del siglo XIX.
A partir de una antigua residencia, que fuera propiedad de su padre, y apropiándose de un conjunto de casas adyacentes, el visir encargó el trabajo de diseño y construcción de su palacio al arquitecto marroquí Muhammad al-Mekki. Las obras se prolongaron durante 6 años, desde 1894 a 1900, durante los cuales los mejores artesanos y obreros de todo el país trabajaron sin interrupción.
El palacio tiene 160 habitaciones, dispuestas en una sola planta y a un mismo nivel; el vizir tenía problemas de movilidad debido a su obesidad. Habiendo surgido de la reunión de diversos inmuebles, el conjunto palaciego dio como resultado una sucesión, que puede parecer desordenada, de pequeños patios, jardines, salones y dependencias en los que no es difícil perderse sin un guía. El denominador común es una decoración exquisita, típica de la arquitectura marroquí, que alcanza sus puntos culminantes en las dependencias donde el vizir recibía visitas oficiales. En torno al palacio, las 8 hectáreas de parque son un verdadero remanso en medio de la medina.
Se dice que Ahmed ben Moussa dedicó este magnífico palacio especialmente a su preferida entre las 4 esposas y 24 concubinas que conformaban su harén; de hecho, palacio de la Bahia significa palacio de la bella o la brillante.
Se puede visitar sólo un tercio del palacio; el resto es propiedad privada de la familia real.
Sin duda, lo que más impresiona del palacio de la Bahia es el gran patio, llamado Patio de honor. Consiste en una inmensa explanada de 50 por 30 metros, cubierta de mármol y zelliges (mosaicos geométricos típicos de Marruecos), rodeada completamente por una galería que apoya en esbeltas columnas de madera decapada. Las numerosas habitaciones que dan a este patio eran ocupadas por las concubinas del visir y sus hijos. También a este gran patio daba la imponente Sala de Honor de 20 por 8 metros, la más grande y suntuosa del palacio, utilizada en recepciones oficiales y cuyo cielorraso pintado destaca por su belleza.
También se pueden visitar pequeños patios interiores que dan paso a salas donde Moussa recibía a los gobernantes y embajadores, tales como la Sala del Consejo, donde resalta especialmente el cielorraso pintado, u otras que fueron sus apartamentos privados. Más tarde, en estas salas fueron instaladas las oficinas del mariscal Lyautey, en tiempos del protectorado francés en Marruecos.
El visir Ahmed ben Moussa era un hombre influyente, envidiado y temido por su crueldad, hasta el punto en que el mismo sultán, cuando Moussa fallece en el año 1900, ordenó saquear el palacio de la Bahia y trasladar las pertenencias a su propio palacio.